– Entre los extremos y la comprensión–
Rolando
Barral Zegarra
Eso son los folkloristas: mercaderes de la
cultura que se venden al mejor postor. La diferencia sustancial del “folklorismo”
y la “Revolución Cultural” es abismal. La primera es la distorsión de las
culturas y la cosificación de la misma. La
revolución cultural es creación en diferentes dimensiones a partir de las identidades
que son su dinamicidad y su razón de
ser.
La subjetividad deviene de la materialidad y la
terrenalidad de la vida y ésta es recíproca con el mundo objetivo, no como
reflejo mecánico, sino como reconstrucción y recreación sociocultural. En este
conjunto de factores la mentalidad es
producto de la confluencia de factores económicos, sociales, político-ideológicos, psicológicos, etc.; es un mapa
afectivo-cognitivo, un diseño que se va formando y/o deformando en la
personalidad de los sujetos.
Los folkloristas son propietarios y comerciantes
mayoristas, minoristas, contrabandistas –los perciben como pequeño burgueses– que
fueron acumulando fortunas desde la colonia hasta nuestros días. Los creen híbridos
porque son el resultado de la mezcla de lo originario y lo extranjero, producto
de esta combinación cultural suelen ser ambivalentes. Ideológicamente y
políticamente son oscilantes y movedizos de acuerdo a sus intereses. En esa
configuración, la mentalidad del o la folklorista no sólo es psicológica, sino es un fenómeno
multidimensional.
El o la folklorista tiene los pies en dos civilizaciones:
una en la indígena y la otra en la modernidad capitalista, en otras palabras,
el saber popular diría que no son chicha ni limonada, Usufructúan de ambas,
conforme a sus conveniencias la rechazan o la ensalzan. Se hacen los pobres
para no pagar impuestos o para lograr preferencias impositivas y muestran sus dedos
y uñas de pudientes para humillar a los más necesitados.
Como sujetos pendulares no conocen en
profundidad la cultura ancestral ni la cultura occidental: son analfabetos
culturales. Priorizan la mercancía. Basta con escuchar y analizar algunos de
sus estribillos. Todo gira en torno al dinero y a los bienes atesorados: mansión, cama, automóvil,
plata. Su pregunta con relación a la muerte es deplorable: “Que cosas vamos a
llevar, pronto no vamos a morir” Si así hubieran pensado los grandes líderes
del mundo, hubieran matado súbitamente a la utopía, afortunadamente no fue así.
Si pudieran llevar a la otra vida –después de muertos– todos sus bienes, no dudarían un solo
instante, lo llevarían todo, incluido sus
usuras. Si hubiera una aduana inmediatamente las comprarían para hacer pasar todos
sus capitales. Sin embargo, como lo anterior es imposible, deben derrochar los
más que se pueda y con esa mentalidad se llega al desatino. Por ejemplo dicen
que “su plata –después de la muerte– otro se lo va gastar; con esa lógica no
habría que comparar libros, menos escribirlos porque se pueden gastar las
letras. Son anti-ecológicos porque no hacen prospectiva sobre el planeta que
van ha dejar a sus hijos de sus hijos.
Su enfoque, si es que la tienen, se abate en
una vida mundana y en un hedonismo a ultranza que se manifiesta en “disfrutar de
la vida al extremo”, descuidando la misma y olvidándose de otras esferas como
la educación, la salud, incluso el bienestar personal y espiritual.
Uno de ellos expone que las entradas
folklóricas son una “competencia del ego”: el exhibicionismo, el lujo, el lucirse
y la vanidad que van de la mano. Es una total adhesión al dinero por eso se recubren
con monedas antiguas y con espejitos exteriorizando el colonialismo que llevan
dentro. Los seres humanos necesitan creer en algo y son acontecimientos –las entradas folklóricas– para confundir devoción con reputación y distinción; festividad con
vanidad; política con negocio; oportunidad con oportunismo. Como consecuencia
el lenguaje también sufre una metamorfosis en expresiones grandilocuentes: son
los legítimos, los verdaderos, los
originales, pero no son los originarios.
Los espacios folklóricos están llenos de
contradicciones: en éstos se pueden promover procesos de liberación y
emancipación, como se pueden corroer en la resignación y la sumisión. Son espacios de lucha donde la
sátira y la ridiculización encuentran sus caños de escape para denunciar
ciertos colonialismos, o por el contrario para doblegarse a ciertos
conformismos y comodidades dominantes.
Hay billete para
el lúpulo, pero no hay dinero para la educación. La letra de una saya yungueña desentraña
tal situación: “no es una lisura no es una vergüenza, tomando cerveza con tanta
pobreza”. El supuesto “mal natural” dentro del los parámetros del racismo
colonial contra los negros y los indígenas había sido un “mal cultural”. La emancipación
tiene múltiples formas de expresarse en el campo artístico a través de la
Revolución Cultural: una cosa es el billete como el grillete y otra cosa es
romper las ataduras coloniales.
La cultura
autóctona se folkloriza como aquellas danzas y canciones nativas que se
estilizan y se refinan para exponerse y venderse a los turistas. De esa manera
el arte y la cultura la reducen a simples artesanías. Se compra un aguayo pero
no se hace un esfuerzo por comprender la semiótica de la misma y se colecciona
como rareza: es el analfabetismo cultural de los otros, con la salvedad de los
que estudian los textiles originarios.
¿Qué pasa
con los folkloristas que no respetan nuestras culturas? ¿Es sensato que estos individuos (hombres y mujeres) sin
escrúpulos se presten al saqueo cultural con fines comerciales? Antes los
conocían como embajadores de nuestras culturas. Ahora se han convertido –algunos,
no todos– en mercaderes que han agraviado al
patrimonio cultural de nuestro país, ¿Es traición a la patria? ¿El Ministerio
de Culturas hará algo en contra de ellos y ellas? El saber popular predice: “entre
bueyes no hay cornada”, entre folkloristas… no habrá nada. ¿De qué revolución
cultural nos jactamos? Lo mejor que pueden hacer por honestidad, es cambiarse
de nombre: folklore por culturas, vende patrias porque el nombre del país digno
no conjuga con la indignidad, etc.
Como otra
forma de cosificar las culturas ancestrales, se han creado instituciones que
preconizan lo folklórico y lo étnico desplazando lo cultural a un segundo
plano, porque ese fue el objetivo estratégico colonial de la clase dominante y
de sus fundaciones, los folkloristas son cómplices de ese hecho, porque tienen una
mentalidad pragmatista, utilitaria y egoísta: la cultura sirve en tanto objeto-mercancía
para hacerse ostensible y venderse.
Curiosamente
la sexualidad que debiera ser natural y sin ningún catalizador como el alcohol,
sin embargo, los acontecimientos folklóricos facilitan el libertinaje. Relataba una bioquímica de una bulliciosa zona
de nuestra ciudad que realiza test de embarazo: después de un suceso folklórico tengo mucho trabajo y buenos
ingresos…
Los censuradores
de las entradas folklóricas siempre reclamaron y esto se puede sintetizar en la
siguiente frase: “Bolivia danza, Chile avanza”. En nuestra ciudad de La Paz
cada barrio tiene su entrada folklórica, sin tomar en cuenta a nivel nacional, es
decir se sale de una y se entra en otra. Los extranjeros especulan: “estos
pueblos se pasan la vida bailando y tomando”. Sin embargo, las danzas hay que comprenderlas
es sus contradicciones. Las danzas aunque sea sólo momentáneamente
horizontalizan y flexibilizan las relaciones coloniales jerárquicas de las
clases sociales: todos se comunican y son parte de una misma expresión
cultural, aunque en ciertos aspectos se folkloricen. Esto no quiere decir que
se pierda la distinción, porque no se pueden comparar menos uniformizar los trajes de las fraternidades, unos cuestan
más y los otros menos: la diferencia permanece.
Como el
folklore es convertir las culturas en objetos y mercancías que se venden al
turismo, lo países vecinos quieren patrimonializar lo que no les pertenece y
los folkloristas son los primeros colaboracionistas de esa usurpación cultural.
El diablo es universal, pero la “La Diablada” tiene su leyenda en nuestro país.
Lo risible es observar que la imitación nunca será mejor que el original. El
consumo excesivo del alcohol también hay que entenderlo desde otra lógica: mientras
las sociedades modernizantes van promoviendo individualismos y almas solitarias, talvez el consumo de alcohol,
de manera fugaz, también reconstituye la comunicación y los lazos de la comunidad
que se van perdiendo poco a poco en la vorágine de las metrópolis. (15-06-10)
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