jueves, 19 de julio de 2012

La Mentalidad del Folklorista


Entre los extremos y la comprensión

                                                                                                                                             Rolando Barral Zegarra






 Eso son los folkloristas: mercaderes de la cultura que se venden al mejor postor. La diferencia sustancial del “folklorismo” y la “Revolución Cultural” es abismal. La primera es la distorsión de las culturas y la cosificación de la misma.  La revolución cultural es creación en diferentes dimensiones a partir de las identidades que son  su dinamicidad y su razón de ser.



 La subjetividad deviene de la materialidad y la terrenalidad de la vida y ésta es recíproca con el mundo objetivo, no como reflejo mecánico, sino como reconstrucción y recreación sociocultural. En este conjunto de factores la mentalidad  es producto de la confluencia de factores económicos, sociales, político-ideológicos,  psicológicos, etc.; es un mapa afectivo-cognitivo, un diseño que se va formando y/o deformando en la personalidad de los sujetos.



 Los folkloristas son propietarios y comerciantes mayoristas, minoristas, contrabandistas  los perciben como pequeño burgueses  que fueron acumulando fortunas desde la colonia hasta nuestros días. Los creen híbridos porque son el resultado de la mezcla de lo originario y lo extranjero, producto de esta combinación cultural suelen ser ambivalentes. Ideológicamente y políticamente son oscilantes y movedizos de acuerdo a sus intereses. En esa configuración, la mentalidad del o la folklorista  no sólo es psicológica, sino es un fenómeno multidimensional.  



 El o la folklorista tiene los pies en dos civilizaciones: una en la indígena y la otra en la modernidad capitalista, en otras palabras, el saber popular diría que no son chicha ni limonada, Usufructúan de ambas, conforme a sus conveniencias la rechazan o la ensalzan. Se hacen los pobres para no pagar impuestos o para lograr preferencias impositivas y muestran sus dedos y uñas de pudientes para humillar a los más necesitados.



 Como sujetos pendulares no conocen en profundidad la cultura ancestral ni la cultura occidental: son analfabetos culturales. Priorizan la mercancía. Basta con escuchar y analizar algunos de sus estribillos. Todo gira en torno al dinero y a  los bienes atesorados: mansión, cama, automóvil, plata. Su pregunta con relación a la muerte es deplorable: “Que cosas vamos a llevar, pronto no vamos a morir” Si así hubieran pensado los grandes líderes del mundo, hubieran matado súbitamente a la utopía, afortunadamente no fue así.  



 Si pudieran llevar a la otra vida después de muertos todos sus bienes, no dudarían un solo instante, lo llevarían todo, incluido  sus usuras. Si hubiera una aduana inmediatamente las comprarían para hacer pasar todos sus capitales. Sin embargo, como lo anterior es imposible, deben derrochar los más que se pueda y con esa mentalidad se llega al desatino. Por ejemplo dicen que “su plata –después de la muerte– otro se lo va gastar; con esa lógica no habría que comparar libros, menos escribirlos porque se pueden gastar las letras. Son anti-ecológicos porque no hacen prospectiva sobre el planeta que van ha dejar a sus hijos de sus hijos.    



 Su enfoque, si es que la tienen, se abate en una vida mundana y en un hedonismo a ultranza que se manifiesta en “disfrutar de la vida al extremo”, descuidando la misma y olvidándose de otras esferas como la educación, la salud, incluso el bienestar personal y espiritual.



 Uno de ellos expone que las entradas folklóricas son una “competencia del ego”: el exhibicionismo, el lujo, el lucirse y la vanidad que van de la mano. Es una total adhesión al dinero por eso se recubren con monedas antiguas y con espejitos exteriorizando el colonialismo que llevan dentro. Los seres humanos necesitan creer en algo y son acontecimientos las entradas folklóricas para confundir devoción con  reputación y distinción; festividad con vanidad; política con negocio; oportunidad con oportunismo. Como consecuencia el lenguaje también sufre una metamorfosis en expresiones grandilocuentes: son los legítimos,  los verdaderos, los originales, pero no son los originarios.



 Los espacios folklóricos están llenos de contradicciones: en éstos se pueden promover procesos de liberación y emancipación, como se pueden corroer en la resignación y  la sumisión. Son espacios de lucha donde la sátira y la ridiculización encuentran sus caños de escape para denunciar ciertos colonialismos, o por el contrario para doblegarse a ciertos conformismos y comodidades dominantes.



Hay billete para el lúpulo, pero no hay dinero para la educación. La letra de una saya yungueña desentraña tal situación: “no es una lisura no es una vergüenza, tomando cerveza con tanta pobreza”. El supuesto “mal natural” dentro del los parámetros del racismo colonial contra los negros y los indígenas  había sido un “mal cultural”. La emancipación tiene múltiples formas de expresarse en el campo artístico a través de la Revolución Cultural: una cosa es el billete como el grillete y otra cosa es romper las ataduras  coloniales.



La cultura autóctona  se folkloriza  como aquellas danzas y canciones nativas que se estilizan y se refinan para exponerse y venderse a los turistas. De esa manera el arte y la cultura la reducen a simples artesanías. Se compra un aguayo pero no se hace un esfuerzo por comprender la semiótica de la misma y se colecciona como rareza: es el analfabetismo cultural de los otros, con la salvedad de los que estudian los textiles originarios.



¿Qué pasa con los folkloristas que no respetan nuestras culturas? ¿Es sensato  que estos individuos (hombres y mujeres) sin escrúpulos se presten al saqueo cultural con fines comerciales? Antes los conocían como embajadores de nuestras culturas. Ahora se han convertido –algunos, no todos en mercaderes que han agraviado al patrimonio cultural de nuestro país, ¿Es traición a la patria? ¿El Ministerio de Culturas hará algo en contra de ellos y ellas? El saber popular predice: “entre bueyes no hay cornada”, entre folkloristas… no habrá nada. ¿De qué revolución cultural nos jactamos? Lo mejor que pueden hacer por honestidad, es cambiarse de nombre: folklore por culturas, vende patrias porque el nombre del país digno no conjuga con la indignidad, etc.

      

Como otra forma de cosificar las culturas ancestrales, se han creado instituciones que preconizan lo folklórico y lo étnico desplazando lo cultural a un segundo plano, porque ese fue el objetivo estratégico colonial de la clase dominante y de sus fundaciones, los folkloristas son cómplices de ese hecho, porque tienen una mentalidad pragmatista, utilitaria y egoísta: la cultura sirve en tanto objeto-mercancía para hacerse ostensible y venderse.



Curiosamente la sexualidad que debiera ser natural y sin ningún catalizador como el alcohol, sin embargo, los acontecimientos folklóricos facilitan el libertinaje.  Relataba una bioquímica de una bulliciosa zona de nuestra ciudad que realiza test de embarazo: después de un  suceso folklórico tengo mucho trabajo y buenos ingresos…



Los censuradores de las entradas folklóricas siempre reclamaron y esto se puede sintetizar en la siguiente frase: “Bolivia danza, Chile avanza”. En nuestra ciudad de La Paz cada barrio tiene su entrada folklórica, sin tomar en cuenta a nivel nacional, es decir se sale de una y se entra en otra. Los extranjeros especulan: “estos pueblos se pasan la vida bailando y tomando”. Sin embargo, las danzas hay que comprenderlas es sus contradicciones. Las danzas aunque sea sólo momentáneamente horizontalizan y flexibilizan las relaciones coloniales jerárquicas de las clases sociales: todos se comunican y son parte de una misma expresión cultural, aunque en ciertos aspectos se folkloricen. Esto no quiere decir que se pierda la distinción, porque no se pueden comparar menos uniformizar  los trajes de las fraternidades, unos cuestan más y los otros menos: la diferencia permanece.



Como el folklore es convertir las culturas en objetos y mercancías que se venden al turismo, lo países vecinos quieren patrimonializar lo que no les pertenece y los folkloristas son los primeros colaboracionistas de esa usurpación cultural. El diablo es universal, pero la “La Diablada” tiene su leyenda en nuestro país. Lo risible es observar que la imitación nunca será mejor que el original. El consumo excesivo del alcohol también hay que entenderlo desde otra lógica: mientras las sociedades modernizantes van promoviendo individualismos  y almas solitarias, talvez el consumo de alcohol, de manera fugaz, también reconstituye la comunicación y los lazos de la comunidad que se van perdiendo poco a poco en la vorágine de las metrópolis. (15-06-10)






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